Nadie viene

lunes, agosto 27

Alejandro Xul Solar



jueves, agosto 2

¡Claro!

- Uff, ¡qué cansancio!
- ¿Vos también?
- Parecemos unos viejos, nuestros padres, nuestros abuelos, y sin embargo, ¡qué curioso!, somos nosotros, mal que nos pese –dijo Vuelta, que de golpe, sin ningún aviso, profirió un grito seco que espantó a todos:
- Ahh, ¿qué pasó acá?
Todos se estremecieron, pero apenas. Estaban agotados.
- Jaja, siempre quise hacer eso – prosiguió Vuelta- , tranquilos, es una tradición familiar iniciada por mi abuela, según ella, sin ninguna lógica, sin explicación, porque sí, por un simple capricho, capaz que para generar un hábito, no sé, y sacar su reverso pueril, sin sentido. – Y luego sentenció:- No hay que buscarle vueltas a las cosas, ¿no?, ¿no Aldo? ¿Vos la conociste no?
Aldo no estaba. No se veía.
- ¿Dónde está Aldo?
- En el baño, me parece. Viste cómo es Aldo –dijo Inter
- Tengo hambre, ¿comemos algo?
- Se fue al baño.
- No hay nada, no tengo nada, que se fije alguien en la heladera – sugirió la dueña de casa, que estaba dispersa, como todos. El clima general era de dispersión, como de diáspora mental. En un momento se miraron como si fueran vacas jugando un serio, en una frecuencia indescifrable, ¡pero tan suya!, a estas horas, tan familiar. En un instante perdido, creo, llegaron a pensar que había cosas de Vuelta que no conocían, arranques, detalles, cositas, pero ¿qué importaba?, si total, se arreglaba con un ¿Viste cómo es Vuelta? Todo se arreglaba así, cuando un malentendido, un ruidito en la comunicación sobrevenía. La dulce presión del cansancio adoptaba la forma de la fatalidad. Apareció Aldo, pletórico.
- Ro Ro ro ro, esto no es una casa, es un jardín barroco, objetos, animales, piezas extravagantes, bibelots, muñecas, autómatas, marionetas, ¡qué locura por dios!, no entiendo nada y ¿saben una cosa?...Me encanta…Hasta un jabalí, Ro rorororororo, no entiendo nada…
Los que estaban sonreían. Aldo repetía aquella especie de comedia con ligeras variantes. Les producía un encanto suave, de vodevil, y cuando el cansancio se imponía, aquella farsa tomaba un viso de alucinación colectiva... “Este pibe está loco”, pensarían.
- Voy al baño – dijo rápido Roberto, en un susurro casi inaudible.
- No puedo más del hambre- sentenció Inter – No tengo “un” hambre, tengo ochenta mil. Me comería una vaca.
- Ese pensamiento, Vuelta, ¿no estaba en otro…
- No tenés nada en la heladera, sólo una botella de vino, un pedazo de queso y una salsa rara, congelada, no sé de qué es…
- Vuelta, ese pensamiento, el que estaba ahí antes de que saliéramos, ¿no…
- Pará Asfódelo, pará un cachito. Salvadooor –le gritó a salvador que estaba en la cocina- fijate abajo…
- ¿En dónde?
- Abajo de la heladera
- No puede ser que no tengas nada de comer, no puedo más, vamos a comprar algo, o pedimos por teléfono, pero ya por favor – descargó Inter.
El hambre, como al lazarillo pequeño y desgraciado, los comenzaba a devorar uno a uno.
- Yo, por mí no como nada, estoy enloquecido con lo que veo, todo es tan extraño, y a la vez tan extraño, pero a la vez tan, no sé, no encuentro las palabras, pero tengo otras, otras que no hay que encontrar, que están, que estuvieron…
- “Pasado”, estás pasado Aldo – bromeó Inter.
- Como el libro de Alan Pauls… “El pasado”, jaja, las palabras, son de, de qué son, de plata
- Y el silencio de oro – arriesgó alguien por ahí.
- ¿Quién lo dijo?
- ¿Quién lo dijo?
- No hay nada abajo de la heladera, está el piso.
- No, no, son dos heladeras las que tengo, abajo del horno, perdón, quise decir horno, ahí está la otra..
- ¿Cómo abajo del horno?
- ¡Vos buscá abajo del horno!
- El pasado, jajaja…
La atmósfera se había contraído, por el humo. No tardaron en darse cuenta de que se veían, claro que se veían, pero poco. Todos estaban fumando, una voluta, dos, mil, desfigurando como una gran pipa simbolista sus rostros.
- Ahhhhhhhhh, me quemé, la puta madre que me parió.
- Qué, qué, ¿qué pasó?
Vuelta salió corriendo a la cocina, todos en realidad, se pararon sobresaltados.
- Me quemé con el horno, la puta madre, ¡justo ahí lo venís a poner! – Se dirigía a Vuelta.
- ¿Lo qué? ¿El horno?
- No, la heladera… Y todavía no tenés nada… ¿No te digo que soy un infeliz?
- ¿Cómo que no tengo nada?
- No, nada, vacía, totalmente vacía…Sssssssssssssssssssssssssssss, ahhh, me arde… ¿tenés algo?
- No, acabas de decir que no hay nada.
- La mano, para la mano, algo que me aliviane el dolor, no sé, lo que sea…Sssssssssssssssssssss, sólo yo te digo, sólo a mí.
- Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh….¡Un jabalí!, ¿qué es esto?
Roberto, que había salido del baño, salió despavorido del pequeño corredor que comunica con el living. ¡Una bala!, eso parecía, una bala perdida en el asombro más pavoroso. Todos corrieron hacia el living, a ver qué pasaba, después de todo estaba pasando “algo”, aunque no “pasaba”, porque estaba quieto, no un jabalí, como una foto de un jabalí, pero real, tan real como un buenos días o la locura del tiempo.
-¿Un jabalí?
Todos miraron a Aldo, que intervino:
- Yo les dije.
Un sueño no, una pesadilla en la mente de un loco, eso era lo que estaban viviendo, viendo con los ojos desorbitados… ¡Un jabalí! Asfódelo también estaba desorbitado, pero a otro nivel, uno más simple, más de mente en blanco. Inter no daba más del hambre.
- No una, ochenta mil hambres tengo. Me comería una vaca, les juro.

This page is powered by Blogger. Isn't yours?