Nadie viene

domingo, marzo 12

Baba de caracol, parte 1

El papelito estaba cuidadosamente sucio, un fragmento quemado en los bordes como lo están millones de cartas de adolescentes enamorados. Era su ensayo número 29 y justo ése era el día del ñoqui. El encabezado primero fue un coquito a medio pudrir que dificultaba la lectura del título, pero que oficiaba de marcador involuntario. O quizás lo hacía por gusto, no sé. Lo cierto es que el título tenía el tono de una severa advertencia: “No creo en las casualidades, sino en las causalidades”, y confirmaba su adhesión, así como Fossati y 1300 personas más, a la lapidaria frase, además de marcar la necesidad de separar todo tipo de eventualidad de la lógica concreta que involucraba el día del ñoqui con la numeración de su prólogo, el 29. Había algo que lo relacionaba y que el hombre-volqueta nunca estuvo dispuesto a blanquear, al menos en ese prólogo. Sobre los inicios del fabuloso emprendimiento de la crema a base de baba de caracol decía lo siguiente:
“Solo pensaba quedarme un par de días en esta volqueta, pero el enigma que inspiró aquella mujer con su perro, al que apodaba “Hamster”, me encandiló, y me encandiló como cualquier enigma. De hecho siempre me tengo que quedar más de la cuenta en las volquetas que eligo. De repente “pláfate”, el enigma, y lo tenés ahí, ¿no?, en frente de tus narices. Pasaron semanas para que me diera cuenta que aquel perro pequeño y movedizo era solo una pantalla, un testaperro. Todos los días a las 6 de la tarde, cuando la humedad se hacía insoportable (aunque aquí las cosas se hagan más llevaderas) aquella mujer recorría todos los jardines de su cuadra, paseando a su testaperro. Era una como muchas y nada la hacía sospechosa. De forma un poco torpe se lanzaba hacia los coruscantes y tupidos follajes para sustraer no cualquier tipo de caracol, sino uno en especial, el de exportación, el famoso caracol aspersa muller. Era tan torpe y miedosa que se diría que ella misma estaba caracoleando. Pero en el fondo tenía una convicción, que yo no conocí hasta el día del temporal....Quiso la causalidad y el viento(en un sentido remoto son muy parecidos) que un remolino alocado, un pequeño twister, alcanzara la base sólida de la volqueta y me elevara, desafiando las leyes de la gravedad, como una casita giratoria, rodeada de un confeti de hojas que dibujaban extrañas figuras, como caracoles aéreos. ¿Cómo los veía?, no importa, tenía mis métodos. En ese momento pensé que terminaba en la usina 3 de la intendencia, pero me encontré ahí, justo ahí, en el fondo de la casa...en un lugar inverosímil......

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