Nadie viene

jueves, marzo 23

El cerebro de Tom Clancy

Antes que nada un aviso para el lector de desenlaces: lo aplastó un camión.

No quiso ni la casualidad ni el destino ni algún dios extraviado que sucediera lo que sucedió. Más bien fueron los tres juntos. A Tom Clancy lo mataron y lo vi morir entre mis brazos. La vi llorar a Conny Méndez, pero poco, como si arrastrara un secreto consigo, una convicción. ¿Cuál es el efecto inmediato si se está convencido de algo? No tengo idea; pero puedo asegurar que Conny, a partir de ese momento, cambió para siempre o, lo que es decir lo mismo, siguió siendo lo misma. De hecho diríase que en sus pensamientos posteriores habitaba una extraña frugalidad, como si nada le importara...Pero el enigma se reveló en un suspiro, en el escritorio de Tom. Sobre unos borradores reposaba una presencia inopinada, el mismísimo cerebro de Tom, y parecía moverse, tembloroso, como esas hormiguitas que aun después de desmembradas, continúan profirendo ciegos impulsos. En el caso de Tom la ceguera era total y sospecho que todos sabemos las causas. Lo que no sospecharíamos nunca, al menos yo, eran algunos detalles decorativos de su habitación. Pendían del techo festones de vivos colores, infinitos, que juntos provocaban un luminaria perfectamente neutra, casi invisible, lo que le daba a los helicópteros y aviones colgantes la mágica sensación de que no eran colgantes. La realidad es que no lo eran, porque los juguetes no eran tales, sino máquinas reales que se traslucían desde la ventana, y parecían decididas a confiscar el cerebro, más real que todo, que no paraba de dar convulsiones.¿Era aquello una evidencia de que la imaginación de Tom seguía dando manotazos, o mejor dicho, cabezazos? Desmentirlo no puedo, ni menos afirmarlo, pero sí puedo estampar la fina sensación que se apoderó de mí no en aquel instante, sino dos segundos después, cuando Conny irrumpió en el cuarto y me preguntó “¿Qué hacés acá Atilio?”: en aquel instante, no en el anterior, rodeado de un silencio resonante, sentí que todas las cosas estaban en su lugar, obsesivas, y que no éramos nosotros los que íbamos en busca de Tom, sino que todos veníamos de ahí, de aquel big-bang de crispados movimientos.

PD: El borrador se titulaba “La conspiración Gluten”.

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