Nadie viene

jueves, marzo 16

(pasaje de un relato legalmente plagiado a un pibe del siglo XIX con el argumento de que "no es razón suficiente, para ser autor original, haber nacido antes")

¿Qué le había pasado a Muller?. ¿Acaso Muller podía registrar la largada de los apuntes de autoayuda, la chispa primeriza de su combustión?. Lo que él no dudaba era que estaba dispuesto a intentarlo. La carrera ya se había iniciado...ya aquella mañana en la escuela, a sus ocho años, cuando se quedó en blanco, en un punto ausente o en un paisaje riquísimo en más ausencias todavía, quién sabe. El incidente no fue menor, ni para él, ni para sus compañeros, ni para nadie. Una extraña forma de autismo provisorio había invadido el cuerpecito de un alumno normal, y al parecer lo había dejado suspendido en un limbo durante algo más de una hora. Las consecuencias inmediatas (de las causas no sabemos nada) fueron las siguientes: una ballena con cabeza cuadrada dibujada en una de las últimas hojas del cuaderno de turno, y a la cual Muller insistía en llamar cachalote, por un artículo leído en "El tesoro de la juventud" que decía, justamente, que los cetáceos con cabeza cuadrada se llaman cachalotes. Pero esto no viene al caso. Abajo del dibujo había un nombre, el nombre de una mujer, Rosa. Por supuesto que Muller nunca había oído hablar de ninguna Rosa, ni mucho menos había visto vez alguna un cachalote, ni a los dos juntos. Solo sabemos lo que Muller, nada. Solo el tibio recuerdo de un sonido que hacía el viento, similar al que se produce cuando un niño como Muller desinfla un globo cinchando de su trompa, aunque a él nunca le saliera bien. La confusión del momento se confundía aún más con el gorjeo de un pájaro que lo hacía todo más concurrente y simultáneo. Esa acumulación acústica fue su reloj cucú, su despertar al mundo normal. Nadie sería capaz de distinguir si esos chispazos sonoros eran culpa de una sinfonía natural o la extensión geográfica de la nada del mundo de Muller, resplandores ocultos en lo hueco.
Lo que se dibujó aquel día fue su melodrama. Una mujer perfecta (salvando la asociaciones con la ballena) producto de su invención más pura y destilada: el nombre, un amor imposible, formal. La fijación gráfica con la ballena, un pase libre para la burla perpetua de sus compañeros. El estigma del loco enamorado de una ballena llamada Rosa o de una mujer con muchos lípidos encima. ¿Pero qué pasaba con la forma de la cabeza?...un detalle que el tribunal burlón había pasado por alto, por suerte para Muller. Pero la burla, como siempre, cede, y en este caso específico cedió ante el incidente. A partir de ese momento, si es que se le puede llamar "momento" a una zona franca mental, Muller se había ganado un espacio en el privilegiado reducto de la rareza. ¡Qué loco era!. Ese día se disolvió con la suspensión de las clases (al parecer la dispersión original había provocado una dispersión caótica de los niños de la escuela que se regocijaban con rumores de todo tipo, incluyendo uno que ubicaba el nombre de Muller debajo de una ballena, dibujada en estado de sonambulismo por una alumna que se llamaba Rosa), entre el canto de los pájaros y el viento que hacía aún más sofocante el calor. "¡Qué calor que hace!", fue lo último que se le escuchó decir a Muller ese día.

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