Nadie viene

sábado, abril 8

Baba de caracol, parte 3

“...Marosa y Hamster, junto con sus voces, se fueron dilatando cada vez más en la oscuridad que todo lo tragaba: Carlín, los caracoles fosforescentes, los cascarudos, todo, con voracidad de pac-man, era devorado por una gran nube color tostado, que despedía una olor extraño, como a tostada, y decoloraba el espectáculo nimbado, a esa altura(los mismos tres metros a nivel del mar) de tintines ominosos. Se escuchaba sólo una estela chillona, la voz de Marosa, un cloqueo agudo y chocante, hasta para el propio Hamster, que se moría de sueño. De repente...¡Zas!, el apagón total, un chaparrón diluviante que ennegreció todo de tinta china. ¿Qué era yo en aquella representación?: Un cagón, un cagonazo que por el pánico, con gesto afectado, cerró la volqueta con el tic de un aspaviento atrolado:

- Ja ja ja, ¡miren!...¡solo miren!
- ¿Por qué “miren”? – le preguntó Hamster- si solo estoy yo.
- Me gustó para decir “miren”, chau, perro rompebolas.
- Bueno, ta, no te enojes Marosa, ya deben de estar las tostadas de tilo.
- Andá a chequear a ver si están prontas, ¡tengo un hambre!
- ¿Sólo “uno” Marosa?, ja ja ja
- Dale perro choto, andá a ver las tostadas.

Hubiera dado lo mismo que estuviera adentro o afuera. No había diferencias entre el adentro y el afuera, o mejor dicho sí las había, porque el adentro era como el afuera, y el afuera era el afuera, no, no, el adentro era el adentro, y el afuera como el afuera...No importa, hay que practicarlo más, lo que quiero decir es que había una línea invisible, contigua, que producía efectos de brunos en degradé, matizando la oscuridad con pinceladas sutiles. Acá quiero agregar algo: igual no se veía un carajo. En un momento dado, casi solidario, un ruido como de tapa de volqueta inundó de resonancia aquella cajita felíz, mi hogar. Efectivamente era la tapa de la volqueta la que se estaba abriendo, no ante mis ojos, que no veían nada, sino ante el mundo, sí, los ojos del mundo, observaban cómo un relámpago restellante iluminaba súbitamente aquella escena, para luego, como una foto sacada por torpes manos, desaparecer nuevamente en la penumbra. Todo aquello hubiera permanecido evaporado a no ser por un único detalle, en el aire(¿cómo saberlo?), que ondulaba como un panadero. Era algo de color amarillo, con el típico sonido del himenóptero, que irradiaba toques mágicos en aquel escenario crepuscular, una fantasía corporizada y voladora que llamaba, como un silbato irreverente, a la dispersión:

- ¡No puede ser!, es el mangangá amarillo – gritaba enfurecida Marosa- nuestro más temible enemigo. Hace dos años que nos quiere matar a Carlín, y no lo va a lograr. Rápido Hamster, traéme el “anti-mangangás amarillos” yaaaa, dale.

Hamster salió despavorido, mientras aquel danzarín parecía señalarme algo, una figura hasta ahora inadvertida por mí: bordeando cada uno de los caracoles fosforescentes, de abajo a arriba, iba dibujando los vestigios de un poema figurativo que se levantaba como una constelación en el cielo, y decía así:
ca
de
Ba
ba
ra
col

Comments:
MAroooosaaaaa

MAroooosaaaaaa


EStas ahí?


Hay gladiolos en el cielo?
 
"Una pizca apenas corpórea, un punto albino y artificioso en este lado del mundo, eso, sí, eso es el Jardín Botánico: 600 especies, prueba minúscula, irrisoria, del tamaño injusto del hombre frente al tamaño justo de la naturaleza".

Marosa Di Giorgio, "Papeles domados en la Criolla del Roosevelt"
 
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