Nadie viene

miércoles, noviembre 22

Isabel

Isabel (así se llama) es una poeta todavía desconocida, pero le fascinan las caléndulas. En realidad siempre sintió curiosidad por ese tipo de plantas que sólo aparecen en dibujitos o tienen algún tipo de existencia mítica, pero existen. Las carnívoras por ejemplo. Tiene una mandrágora que se alimenta de moscas, a la que le dedicó un poema, “La mandrágora y las moscas”. Dice que la poesía es un oficio que hay que cultivar, como sus plantas, aunque no convence. No tiene que convencer a nadie, tampoco. Lo único que tiene (o que tendría) que demostrar es una suprema incapacidad para todo, y eso sí que es difícil. Es como presentarse a la Teletón sin estar seguro de ser afásico. En este sentido ser poeta es todo un desafío, tanto como lo es ser un inútil. No sé si Isabel pueda certificar su incompetencia. El desafío es aún mayor cuando se nos hace imposible distinguir un genio de un estúpido. Pasó con Fernand Combet, con Raymond Roussel y con muchos otros, pero no con mi amiga. Y esa son dos tranquilidades. Quisiera contar lo que me pasó con mi amiga como si fuera una anécdota, algo que despierte curiosidad, del estilo “No saben lo que me pasó”, pero sería absurdo, porque todo se resume a una frasecita. Mi amiga, entonces, que tiene la costumbre de hablar como si estuviera escribiendo (con paréntesis y todo), me dijo que “ese tipo de novelas son para huecos”. Se refería a uno de esos best seller o novelitas fáciles para la lectura. Es una de esas personas que espera que todos lean cosas que valgan la pena o, en una versión más extrema, que lean, por lo menos. Eso la pone mal. Yo siempre le digo, aunque no lo piense, que pretender eso es lo mismo que esperar que todo el mundo se tire en parapente: además de imposible sería ridículo. Pero no hay caso, todo esfuerzo de ese tipo se vuelve inútil. Insiste en la teoría de los huecos. Si no me equivoco ha llegado a soñar que todos somos artistas, y que por eso leemos, y leemos bien. Pero siempre y pronto la realidad se encarga, con la velocidad con que aparecen y se leen esos libritos pasatistas, de demostrarle algo parecido a “lo contrario”. El libro que disparó su comentario es, paradójicamente, de los que se dicen “de culto”. No se lo dije en su momento porque no lo sabía, y tampoco se lo dije después (porque en realidad lo leí en una solapa), quizás por esa variante de cortesía que se deposita en las personas que se equivocan, como una suerte de ignorancia complacida: “Sí, es cierto”, o simplemente porque es embolante entrar en algunas conversaciones. Posiblemente sea una mezcla de ambas, no sé. A mí me lo deben de haber hecho muchas veces. Lo cierto es que “Los enanos negros” (la obra) es anónima, lo que la hace doblemente singular, o triple. Lo primero, y quizás lo principal, es el anonimato de su autor. Nómbrenme un solo best seller que sea de autor anónimo (esta frase en forma desafiante la escribo a riesgo, incluso, de que se me ubique en el lugar incómodo del ignorante complacido, pero está bueno porque uno no se entera). Otro detalle es su título, una piedra preciosa de las rarezas, algo que, curiosamente, mi amiga no advirtió: “enanos negros”. ¡Que alguien me diga, aquí, pero no ahora, si alguna vez se han cruzado con uno, sí, un enano negro!. El tercer detalle tiene que ver con los curiosos personajes que desfilan por la novela: en primer lugar, ellos, los convidados, los enanos, cultivados, mediante un experimento estrafalario, por un sabio loco que les enseña a decir palabrotas desde “pequeños”. Le sigue en importancia una gallina que, ante cualquier movimiento o gesticulación provocadora, no se mueve, ni se corre, ni se inmuta, una gallina valiente. Unos simpáticos panaderos del tipo “pelusitas de primavera” caen desde el cielo, o desde algún árbol, y se unen a esta procesión de personajes extravagantes, locos, como mi amiga Isabel, que tiene un montón de botellitas de colores que rodean sus plantas, azules, doradas, y también de color “umpi”. La fábula (hablan los panaderos y también Isabel) se corona con un apagón generalizado, como una de esas sensaciones.

De fácil lectura, digo, Isabel.

Comments:
Pigmeos
 
Sublime la comparación con el parapente y la gallina valiente.............momentos cumbres del tan ignoto como prestigioso blog

Ahora,
El Lazarillo de Tormes

o su título real que creo que es

La vida del Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades

es anónimo.......me podrán decir es conocido pero no best seller, la verdad que no lo sé......

Yo tiro otro dato quizás más probable, creo que es de 15y pico, trabajo para Stalin, momento en el cual los derechos de autor no eran tan sustanciosos como hoy en día..

Isabel me hizo acordar a una canción de Juana Molina que casualmente lleva por título Isabel, pa a veces soy tan loco con las asociaciones de ideas
 
El Cid Campeador?
El Popol Vuh?

Ta, son cabezas, capaz que no era para entrar a largar obras anónimas.

Isabel le habrá robado alguna caléndula a Marosa?
 
Un enano blanco se refresca abajo lentamente. El color del resplandor de la superficie cambia de blanco al amarillo, a anaranjado y a rojo. Finalmente el remanente de la estrella se convierte en un terrón oscuro frío de la materia - el enano negro.
El enano negro tiene el tamaño de nuestro planeta y de una gravedad que sea millones de épocas más arriba que la gravedad que experimentamos en la tierra.

El enano negro es simplemente un remanente reservado, solitario y muerto de una estrella, moviéndose por siempre a través del universo frío.
 
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Son best seller con un changüí de unos cuantos años.
 
Arnold
 
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