QUELEPONÉ

Les cuento que el Mont Juic ha sido cedido a la Generalitat de Catalunya, otrora bastión franquista. Las fortalezas siempre son así. Si están ubicadas en una montañita (casi siempre lo están) corren con una ventaja, aunque la modalidad de "búnker" lo cuestione. También les cuento que los abetos, o pinos, hacen de las suyas. Se multiplican en cada rambla, cada paseo, provocando un extraño efecto de saturación. Es como si fueran "demasiado árboles", casi seres humanos, y es que en parte lo son, si nos detenemos a pensar en que la leche no debe tomarse porque viene de la vaca, salvo la de soja, que no sé muy bien de dónde viene, aunque sospecho que de algún lugar malo. Hay una anécdota, si bien anodina, que ha ganado cierta posteridad: Caminado por el Passeig De Gracia vi un abeto que me provocó un efecto que no fue extraño, de ese tipo de estremecimientos que no son ligeros, más bien familiares. Los pasos que iba dando eran lentos, pero no cansinos, y eso, créanme, constituía algo así como un prodigio. Era lento y punto, ¡qué fantástico! La tarde, porque el sol ya se ocultaba, estaba salpicada por incontables pelusitas de primavera (sí, acá también), un cortinado blanco que producía una resplandor para nada vago. ¡Límpido resplandor!, Oneil, Oneil, límpido, alado, bien alado, ¡ahí boludo! Incluso desde el otro lado, desde el oscuro Raval, donde la noche es eterna como en el infierno dantesco (sí, el infierno seguía siendo dantesco), resonaban los golpes, ni suaves ni fuertes, de las cadenas de alguien que tenía cadenas, viste cómo son acá en Europa, y hasta se oía algún que otro testimonio macanudo, ojo, fuera de joda, macanudo, porque el pibe cedió su voz, no como otros que no lo hacen, todo un testimonio no desgarrador ¡Milagro! El pibe lo único que dijo fue que prometía mandar las remesas a Nigeria el mes que viene. Sí, al parecer era negro. Pero negro, negro de mercado armamentista. La mierda, siempre se puede ser más negro, ahora lo estoy mirando, no paro de caminar. Por fin tengo un amigo de acá.