Nadie viene

lunes, julio 30

Y...

- ¿De dónde saliste Aldo?
- De atrás del árbol.
- Sí, pero digo, ¿nos venías siguiendo?
- No, no, estaba atrás del árbol. Lo vi. Me gusta observar las figuras que hacen los pájaros en el cielo. Son ruiseñores. A esta hora siempre son ruiseñores. Te juro que lo vi, no miento. A veces son formas caprichosas y otras no. Les juro que lo vi. Con una lógica oculta, matemática, bien de pájaro.
- Aldo, no te entiendo – dijo con timidez Roberto, mostrando las fuerzas que tuvo que juntar para interrumpirlo. Con unos años más que ellos, Aldo infundía un respeto sin fisuras, metálico. Un poeta mayor: POETA.
- No interrumpas Roberto.
Tuvo que callar.
- El cielo con un manchón gris, con gris de pájaro, obsceno, no el cielo, jamás el cielo, los pájaros, que son el pájaro obsceno, les juro que lo vi, bah, en realidad lo escuché, las dos cosas: Obsceno Monstruo…¡Qué obra por dios!, la tengo acá.
Lo escuchaban todos como a un guía, una especie de gurú. Lo era, en realidad. Cuando estaba con ellos, cuando “aparecía”, su mente, su cabeza, aunque redonda, era una caja transparente de la que salían objetos valiosos, pensamientos en cascada. “Fluye como el agua cristalina de una fuente”, decía él. Esta vez, sin embargo, su pensamiento se mostró más errático, se diría más torpe, como si la fuente estuviera obstaculizada por algo. Pero nadie decía nada.
- El imbunche es una verruga en el cielo, en la naturaleza. Aberración. Lo vi, no lo puedo creer, no, no, no, no, no. Ahora me cae la ficha. Toda una revelación…Samsaaaaaaaa, son así.
Hubo un secreteo que no se hizo esperar.
- ¿No notás algo raro en Aldo?
- ¿Por qué?
- No sé, las cosas que dice.
- Si sabés que él es así.
- Además dijo que eran ruiseñores, y ahora…
- Roberto, él es así, es Aldo.
Roberto no quiso escarbar más. De pronto, se escuchó algo, como un estallido, o algo previo, más inaugural. Los pájaros se elevaron al cielo, con cantos desgarradores, como si fueran castrati dotados de alas, saltaron de sus ramitas, uno por uno, pero al mismo tiempo. Y el estallido se convirtió en los estallidos y se tapó el cielo y todo se quedó quieto, hasta el silencio. Y ellos se movieron apenas, sin reacción. Aldo, por su parte, con un brazo hacia arriba, habló:
- Ahí está, los tienen, la tiranía, la tiranía pájaro, como la tiranía reloj, pero pájaro, y todas las otras tiranías. Tiranía tiempo, tiranía corbata, sí, tiranía estadística, tiranía macro, sí, no, no, no, Lo vi. Lo escuché. Se lo decía a su esposa, pajarraca, lleno de pajarracas…
- Albatrassss – metió Asfódelo, por decir algo, quizás para sacarle gravedad al discurso.
- ¿Qué?
- Albatras, la esposa.
- Ah, pero sos estúpido, ¿me estás tomando el pelo?
-No, no, pensé que…
Aldo se le lanzó como para matarlo, y en esos momentos pensó en esa feliz combinación de prestigio y decadencia que tienen los poetas cuando protagonizan algún episodio policial. Si hubiera tenido la pistola te hubiera tirado a la pierna, le dijo después a Asfódelo, con guiño cómplice. Cinco minutos después regresaron a la casa de Vuelta, donde todo volvía a comenzar.

Comments:
Fluyó como el agua cristalina de una fuente
 
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